Aquello que no se mira de frente no cambia. En Occidente nos hemos empeñado en eludir el dolor. Las emociones que nos hacen sentir mal se meten debajo de la alfombra. Y hacerlo así nos priva de un entrenamiento para cuando lleguen los días duros de verdad. Es como ocurre con el tema de la muerte. Nadie quiere saber nada y resulta que es la única certeza que tenemos en esta vida. Algún día dejarás este cuerpo o alguien cercano lo hará antes o después, y eso no significa obsesionarse o ser morboso, sino tener consciencia y aprovechar la vida.
Hace poco escuchaba a una persona asegurar que con la «edad» la crítica interna se va apaciguando. Eso es como aferrarse a esa frase o refrán que dice que «el tiempo cura las heridas». Y siento discrepar, pero ni el tiempo ni la edad sanan ni resuelven tus problemas mágicamente. Más bien sucede al contrario, cuanto más huyes de la herida o tratas de controlarla o de ocultarla, más se manifiesta en el cuerpo y la mente como una enfermedad o dificultad consciente o inconsciente.

Dejar de huir
Y para cambiar esta dinámica escapista hay que sentirse. Y para sentirse hay que parar. Sí, detener la maquinaria, silenciarse, observarse por dentro, escuchar los latidos del corazón y sensibilizarte con tu naturaleza. El título de nuestro retiro, Calma, Corazón y Luz, nació de una inspiración postmeditativa. Un fogonazo de consciencia que en un principio no acabábamos de comprender, pero que cobró sentido en cuanto nos pusimos a dar forma al proyecto.
Es una clave absoluta en cualquier proceso terapéutico o de desarrollo personal. Me refiero a eso de parar. Necesitas parar para ubicarte, para ver hacia dónde te diriges, para comprobar si aquellas decisiones que tomas en la cotidianidad te están acercando o alejando de lo que realmente deseas de corazón. Porque al final se trata de eso, de ir conectando cada vez más con tu verdadero ser, con aquello que te expande y te aporta energía para levantarte de la cama con ilusión.

Equilibrar la balanza entre hacer y ser
Por supuesto, después de parar hay que tomar acción. En la balanza siempre encontraremos las dos caras de la moneda. De nada me sirve detenerme y hacerme consciente de mi estado interno, aclararme las ideas, si después no me atrevo a recorrer el camino. Es necesario dar un paso y luego otro y otro más, arriesgarse y romper la coraza que trata de mantenerte chapoteando en tu charca calentita y maloliente (o lo que se conoce como la zona de confort, aunque de confortable no tenga casi nada).
Cada persona parte desde un escalón de la Conciencia. Detenerse para abrirse con determinación a los miedos y oscuridades puede resultar desagradable. Pero es una forma de ventilar nuestro templo o ese binomio llamado cuerpo-mente. Si dejas que se acumule la porquería en tu casa al final todo lo que hagas estará contaminado por esa carga. Hay que confiar en que siempre es mejor saber que ignorar porque es como hacer músculo en el gimnasio, cada vez te costará menos y tendrás más fuerza.

En Calma, Corazón y Luz no proponemos dinámicas extenuantes, sino un itinerario amable que se va filtrando en tus células. Es un goteo constante de silencio, enseñanza, compartir sentimientos y también chistes malos, naturaleza, caminatas, miradas sinceras y apertura… Un todo que va calando y abriendo grietas en la coraza del ego para que se vaya asomando la verdadera esencia. Y para ello lo primero siempre es parar, sosegar, acallar la mente y sentirse. Y desde ahí llegará lo que tenga que llegar.
Déjanos tu opinión