Autoconocimiento, Meditación, Reiki

Meditar en tu guerra diaria

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Ayer en una clase de meditación llegó una alumna llorando. Entró tarde a la sala, rota, ahogándose en lágrimas. Paramos la maquinaria. Silencio. Habló de conflictos familiares, de la falta de tiempo para sí misma, de la soledad… Surgieron consejos, palabras de consuelo. En un principio busqué algo que decir, pero la atención plena de cuerpo y corazón se imponía. Poco a poco se fue calmando. Gracias por escucharme, decía. A veces es lo único que necesitamos. Fue una clase de realidad, de cotidianidad pura y dura, de problemas tangibles. La enseñanza está ahí. Después meditamos. Respiramos en el tanden y pudimos sonreír.

El programa de un curso no puede estar por encima de la vida porque la vida es el propio programa. Ahí está la práctica, en la batalla diaria. Conectar con la paz interior una hora cada siete días o en un fin de semana de retiro está muy bien, es mejor que nada, pero el sentido de meditar no es hacer meditación, sino convertirse en meditador y eso significa estar a la hora de comer, en la ducha, en el atasco de tráfico, en la reunión de la oficina, y sobre todo dentro de ti, lidiando con tu cabeza loca.

Un artista no tiene horarios. Un artista lo es a tiempo completo. Con esto pasa lo mismo. Hasta que uno no se identifica con este camino no entiende su verdadera esencia. Lo que pasa es que todavía la meditación, aunque ya es más popular gracias al mindfulness, es una gran desconocida. La gente todavía piensa que va de poner la mente en blanco o de levitar en una burbuja energética. Resulta que meditar es meterse en la boca del lobo, pero con la luz encendida.

Hace poco escuché un podcast de una periodista. Hablaba de un concepto que resonó con fuerza en mí. Lo definen con una frase: ‘A tu teoría le falta calle’. ¿Qué quiere decir? Pues que mucha gente se queda solo en la carcasa de la vida, en la superficie, y su discurso está hueco porque no viven ni conectan con lo que dicen. El ejemplo más claro está en la política. Una élite social que legisla sobre el resto de los mortales, pero en su mayoría sin mancharse, sin pisar el terreno, sin estar en el ajo, a una prudente distancia de seguridad. Y esto también pasa en el gremio espiritual.

Una vez hablé con un hombre que alardeaba de tener 20 maestrías de Reiki. En realidad, no fue una conversación, sino un monólogo que soltó sin que nadie lo hubiera solicitado. Su nula capacidad para darse cuenta de la situación reflejaba su nivel de identificación con su ego. De vez en cuando me miraba, pero sólo se veía a sí mismo. Los títulos no hacen maestros. La maestría, si es que la alcanzas, está en la trinchera de tu rutina. Y es una carrera sin fin, bueno, sí, te gradúas cuando mueres, y las notas finales quedan en los corazones de quienes dejas atrás y de tu legado personal.

En el último retiro de Calma, Corazón y Luz pusimos en marcha una iniciativa para que la gente integre la práctica meditativa en la pasta de dientes que usa cada mañana, en el ambiente de discusión con sus hijos, en los pensamientos de mierda sobre ti, es decir, en todo. Entonces, cuando adoptas la mirada profunda la vida comienza a hablarte. No es broma. Te empiezas a dar cuenta de que hay un diálogo permanente con la realidad, pero tienes que quitarte capas de roña y venenos antiguos, y poner tu alma en la lucha diaria. Y eso no está en entre nubes de algodón, sino aquí y ahora.

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