«La risa es un viento diabólico», decía el venerable Jorge en la película El nombre de la rosa. Pero vamos a ver, ¿es que no nos podemos reír a gusto en un retiro espiritual? ¿Tiene que ser todo trascendente, introspectivo y solemne? Vale, sí, es cierto que se tocan temas profundos. Las energías en ocasiones remueven los bajos fondos y a veces brotan lágrimas, es normal. Aquello que retienes bajo la alfombra con la ayuda de tus rutinas diarias de repente sale a la luz, pero eso son solo lapsos de tiempo puntuales. No tienes por qué estar todo el rato penando. Es más, la risa sana.
En el último retiro de Calma, Corazón y Luz que celebramos en Lizaso, Navarra, incorporamos actividades nuevas. Y lo hicimos con la intención de romper el acartonamiento meditativo. Porque meditamos mucho y hay que mover el cuerpo. Para ello nuestro querido Kiko, amigo, compañero y fotógrafo oficial, sacó a la palestra su otro amor: la faceta musical (porque además es batería y percusionista profesional). Desde su sabiduría dirigió la orquesta de la felicidad. Los cuerpo sonaron al compás de sus gestos. Hicimos música con las manos, los pies y sobre todo la alegría porque en las caras se dibujaban muchas sonrisas.
Luego se creó un firmamento de almas. Constelaciones de sentimientos, de anhelos inconscientes, de sueños por cumplir. Limpiamos algo de mugre gracias a la dulzura de Bárbara, otra maestra y amiga de largo currículum, que nos guio a través del propósito vital. Fue precioso escuchar sus explicaciones, la claridad y calidez que trasladó al grupo. Y luego, cuando ya pasó todo, volvimos a reír porque el humor espanta los miedos y relaja las defensas, esas barreras con las que solemos salir a pelear en la vida.
Las bromas rompen con la excesiva seriedad, la rigidez de la máscara. Te acerca a los demás y relajan el ambiente. En las presentaciones de los retiros es algo que sale de forma natural. Piensa que cuando llegas a un evento así tus muros defensivos están muy altos. Te proteges de manera instintiva. Es normal. Pero de repente alguien suelta una chorrada y sin esperarlo sonríes. Te ha hecho gracia. El contexto de seriedad se desfigura y empiezas a ver a seres humanos como tú, con los mismos miedos, pero también las mismas ganas de disfrutar.
Y no siempre hacen falta bromas para sonreír. En la conexión meditativa se produce un efecto de intenso placer, de descanso del diálogo interno rutinario que nos aboca a una sensación de gozo indescriptible. Cuando eso sucede en las caras se asoma una expresión afable. Quizá te das cuenta de que no necesitas sostener ningún drama o relato personal, sino simplemente ser y estar. Ahí uno puede rozar con los dedos esa felicidad que no depende del estatus, ni de los logros ni las posesiones. Es la felicidad de Ser.
En este retiro de paisajes verdísimos hemos saboreado ese tipo de felicidad. Y se nota siempre en las caras. Nunca son las mismas al entrar que al salir. Los gestos endurecidos por la batalla diaria se suavizan con cada hora que pasa. Y al final se puede ver más transparencia en las miradas en las que se intuyen los ojos del alma. Porque a eso venimos, a ser quienes somos. Pero sobre todo a disfrutar del regalo de compartir(nos) y sí, también de reírnos a gusto. «Quien no ríe, no vive», afirmaba el genial Jodorowsky. Riamos entonces.
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