Si hay algo que ha distinguido a las personas de ‘éxito’ en el sentido más amplio de la palabra es que saben escuchar. ¿Por qué? Pues porque para captar el sustrato o la esencia de lo que nos dicen es necesario permanecer atentos, silenciarnos por dentro, estar ahí en cuerpo y alma. «Hablar menos, escuchar más, hablar con intención y plantear buenas preguntas se han convertido en elementos cruciales para triunfar», asegura Dan Lyons en su libro Cállate, el poder de mantener la boca cerrada.
Escuchar es un acto meditativo. Es la capacidad de estar presente sin el ego de por medio. Eso quiere decir que cuando otra persona te habla tú no estás pensando en la respuesta y mucho menos la interrumpes. Cuando eso sucede, entonces descubres que la otra persona se abre más todavía y lo que podía ser un diálogo banal quizá se torna en un encuentro más íntimo y nutritivo. Escuchar es decirle al otro que te importa su mensaje. «Estoy aquí para ti», como decía el maestro Thich Nhat Hat.
Frank Ostaseski, maestro zen especializado en acompañamiento compasivo al final de la vida, indica que escuchar, de verdad, es un acto que se realiza con todo el alma. Escuchas con solo con tus oídos, sino con la piel de tu cuerpo, con tu corazón, con tu energía. Es el único modo de percibir al completo al ser que se comunica contigo. Escuchas sin juicios ni etiquetas. Te abres como una flor de loto en la inmensidad del momento presente. No existe nada más. La abundancia está ahí.
Cuando una persona llega al final de su vida muchas veces solo desea ser escuchada. En ese trance es vital prestar atención, estar al servicio. Son instantes de una potencia inusitada. Ya no hay tiempo para dar rodeos ni para pensar en si tus palabras serán bienvenidas o molestarán a alguien. Lo material no cuenta, solo el tiempo que compartes, y ese tiempo indica la calidad de una vida cuando se aprovecha al máximo y no tratas de imponer ideas, sino solo de ser y estar con quien parte.
La auténtica escucha no tiene miedo de los silencios, pues surge de ellos. La mente occidental siempre tiene prisa, quiere devorar la realidad a bocados, por eso le asusta el silencio. Cuando te vacías y aprendes a escuchar a otro ser humano el siguiente paso es aprender a escuchar el silencio. Ese silencio compartido, cuando deja de asustarte, se convierte en tu aliado, pues desde ahí la conexión con tu esencia es inevitable.
Y hablamos aquí ya de la escucha interna que tiene que ver con el concepto del testigo u observador en meditación. Es la llave que abre las compuertas hacia uno mismo. Primero, constatando aquello que rechazamos; segundo, adentrándonos en nuestras cualidades innatas, y tercero, trayendo a nuestra realidad los potenciales más sutiles. Ese es el camino de la plenitud, un sendero que se abre siempre y cuando nos atrevamos a Escuchar.
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